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01.EL NERD DEL GHETTOEN EL FIN DEL MUNDO1974-1987LA EDAD DE ORONuestro héroe no era uno de esos dominicanos de quienes todo el mundo anda hablando, no era ningún jonronero ni bachatero fly8, ni un playboy con un millón de conquistas.Y salvo en una época temprana de su vida, nunca tuvo mucha suerte con las jevas (qué poco dominicano de su parte).Entonces tenía siete años.En esos días benditos de su juventud, Óscar, nuestro Héroe, era medio casanova. Era uno de esos niñitos enamoradizos que andan siempre tratando de besar a las niñas, de pegárseles por atrás en los merengues y bombearlas con la pel-vis; fue el primer negrito que aprendió “el perrito” y lo bailaba a la primera oportunidad. Dado que en esos días él (todavía) era un niño dominicano “normal”, criado en una familia dominicana “típica”, tanto sus parientes como los amigos de la familia le celebraban sus chulerías incipientes. Durante las fiestas -y en esos años setenta hubo muchas fiestas, antes de que Washington Heights fuera Washington Heights, antes de que el Bergenline se convirtiera en un lugar donde sólo se oía español a lo largo de casi cien cuadras- algún pariente borracho sin falta hacía que Óscar se le arrimava a alguna niña y entonces todos voceaban mientras los niños imitaban con sus caderas el movimiento hipnótico de los adultos.Tendrías que haberlo visto, dijo su mamá con un suspiro en sus Últimos Días. Era nuestro Porfirio Rubirosa en miniatura.El resto de los niños de su edad evitaba a las niñas como si fueran portadoras del Captain Trips. Pero no Óscar. El pequeño amaba las hembras, tenía “novias” a montones (era un niño, digamos, macizo, con tendencia a la gordura, pero su mamá le proporcionaba buena ropa y se ocupaba de que tuviera un buen corte de pelo, y antes de que las dimensiones de su cabeza hubiesen cambiado, ya tenía esos ojos brillantes y encantadores y esas mejillas lindas, evidentes en todas las fotos). Las muchachas -las amigas de su hermana Lola, las amigas de su mamá, incluso su vecina Mari Colón, una empleada del correo treintona que se pintaba los labios de rojo y caminaba como si tuviera una campana de culo-todas supuestamente se enamoraban de él. ¡Ese muchacho está bueno! (¿Importaba acaso que fuera tan honesto y que estuviera tan obviamente falto de atención? ¡Para nada!). En la RD durante las visitas de verano a su familia en Baní, se portaba de lo peor; se paraba frente a la casa de Nena Inca y les gritaba a las mujeres que pasaban -¡Tú tá buena! ¡Tú tá buena! hasta que un Adventista del Séptimo Día le dio las quejas a su abuela y ella terminó con el desfile de éxitos de un golpe. ¡Muchacho del Diablo! ¡Esto no es un cabaret!Fue una verdadera época de oro para Óscar, que alcanzó su apoteosis en el otoño de su séptimo año, cuando tuvo dos noviecitas a la vez, su primer y único ménage à trois. Con Maritza Chacón y Olga Polanco.Maritza era amiga de Lola. De pelo largo y pulcro y tan linda que podía haber interpretado a una joven Dejah Thoris. Por su parte, Olga no era exactamente amiga de la familia. Vivía en la casa al final de la cuadra, de la que la mamá de Óscar solía quejarse porque siempre estaba replete de puertorriqueños tomando cerveza en el portal (¿Qué pasa? ¿No pudieron haber hecho eso en Cuamo? preguntaba malhumorada). Olga tenía como noventa primos, todos llamados Héctor o Luis o Wanda. Y como su madre era una maldita borracha (para citar textualmente a la mamá de Óscar), algunos días Olga olía a culo, por lo que los chiquillos del barrio le decían Mrs. Peabody.A Óscar no le importaba que fuera o no fuera Mrs. Peabody, pero le gustaba lo reservada que era, cómo lo dejaba lanzarla al piso y fajarse con ella, y el interés que mostraba en sus muñecos de Star Trek. Maritza era bella y ya, no hacía falta motivación alguna y siempre estaba presente, así que fue realmente una movida genial que se le ocurriera tratar de estar con las dos a la vez. Al principio fingió que era su héroe número uno, Shazam,13 el que quería hacerlo. Pero después que ellas dijeron que sí, él dejó esa vaina. No era Shazam: era él, Óscar.Aquellos eran días más inocentes, por lo que la relación consistía en mantenerse cerca unos de otros en la parada de la guagua, agarrarse de la mano a escondidas y darse besitos con mucha seriedad en los cachetes, primero a Maritza, después a Olga, ocultos tras unos arbustos para que no los vieran de la calle. (Mira a ese machito, decían las amigas de su mamá. ¡Qué hombre!)El trío duró sólo una maravillosa semana. Un día, a la salida de la escuela, Maritza arrinconó a Óscar detrás de los columpios y lo amenazó: ¡O ella o yo! Óscar le tomó la mano a Maritza y le habló con solemnidad y gran lujo de detalles sobre su amor por ella y le recordó que habían decidido com-partir, pero a Maritza le importó un carajo. Ella tenía tres hermanas mayores y ya sabía todo lo que necesitaba sobre las posibilidades de compartir. ¡Ni me hables hasta que te libres de ella! Maritza, con su piel achocolatada y ojos achinados, ya expresaba la energía de Ogún con la que arremetería contra todo el mundo durante el resto de su vida. Óscar marchó a casa taciturno, a sus muñequitos mal dibujados de antes de la era coreana, al Herculoids y el Space Ghost. ¿Qué te pasa? le preguntó su mamá. Se estaba preparando para ir a su segundo trabajo y el eczema que tenía en sus manos las hacía parecer una harina sucia. Cuando Óscar lloriqueó, Las muchachas, Mamá de León casi estalló. ¿Tú tá llorando por una muchacha? Y puso a Óscar de pie con un jalón de oreja.¡Mami, ya! su hermana gritó, ¡para ya!Su mamá lo tiró al piso. Dale un galletazo, jadeó, a ver si la putica esa te respeta.Si él hubiera sido otro tipo de varón, habría tomado en cuenta lo del galletazo. No era sólo que no tuviese un modelo de padre que lo pusiese al tanto de cómo ser macho -aunque ese también era el caso- sino que carecía de toda tendencia agresiva y marcial (a diferencia de su hermana, que siempre estaba en plena lucha con los muchachos y con un fracatán de morenas que odiaban su nariz perfilada y su pelo lacio). Óscar no valía ni medio en combate; incluso Olga, con sus brazos que parecían palillos, podía haber acabado con él. Nada de agresión e intimidación. Así que tuvo que pensarlo. En fin, Maritza era bella y Olga no; Olga olía a veces a pis y Maritza no. Maritza podía venir a su casa y Olga no (¿Una puertorriqueña aquí? su madre decía con desdén. ¡Jamás!). Su lógica matemática, como la de los insectos, era de sí o no. Rompió con Olga al día siguiente en el patio, con Maritza a su lado, ¡y cómo lloró Olga! ¡Temblaba, con sus trapitos de segunda mano y con unos zapatos cuatro números más grandes! ¡Se le salían los mocos de la nariz y todo! Años después, cuando él y Olga se habían convertido en unos monstruos gordos, Óscar a veces no podía reprimir la sensación de culpabilidad cuando la veía cruzar la calle a zancadas, o con la mirada en blanco, cerca de la parada de la guagua en Nueva York; no podía dejar de preguntarse cuánto había contribuido la manera tan fría con que se separó de ella a su actual desmoronamiento. (Recordaba que cuando se pelearon no sintió nada; incluso cuando ella comenzó a llorar, no se había conmovido. Le dijo, No be a baby).Lo que sí le dolió fue cuando Maritza lo dejó a él. El lunes después de mandar a Olga pal carajo, Óscar llegó a la parada de la guagua con su lonchera de Planet of the Apes y descubrió a la bella Maritza de mano con el feísimo Nelson Pardo.¡Nelson Pardo, que se parecía a Chaka14 de Land of the Lost! Nelson Pardo, tan estúpido que pensaba que la Luna era una mancha que a Dios se le había olvidado limpiar (de eso se ocupará pronto, le aseguró a toda la clase). Nelson Pardo, que se convertiría en el experto de robos a domicilio del barrio antes de alistarse en los Marines y perder ocho dedos de los pies en la primera Guerra del Golfo. Al principio, Óscar pensó que era un error, que el sol le cegaba los ojos y que no había dormido lo suficiente la noche anterior. Se paró al lado de ellos y admiró su lonchera, lo realista y diabólico que se veía Dr. Zaius. ¡Pero Maritza ni le sonreía! Actuaba como si él no existiera. Debiéramos casarnos, ella le dijo a Nelson. Y Nelson hizo unas muecas morónicas, mirando hacia la calle para ver si venía la guagua. Óscar estaba demasiado angustiado como para hablar; se sentó en el contén de la acera y sintió una oleada aplastante que le subía del pecho y lo dejó cagao de miedo: antes de que se diera cuenta, estaba llorando. Cuando su hermana Lola se le acercó y le preguntó qué le pasaba, sólo pudo sacudir la cabeza. Mira al mariconcito, alguien se burló. Otro le pateó la querida lonchera y la arañó justo en la cara del General Urko. Cuando por fin se montó en la guagua, llorando todavía, el chofer, un famoso adicto al PCP reformado, le dijo, Por Dios, no seas un bebé de mierda.¿Cómo afectó la separación a Olga? Lo que él realmente preguntaba era: ¿Cómo afectó la separación a Óscar?A Óscar le parecía que a partir del momento que Maritza lo echó -¡Shazam!- su vida empezó a irse al carajo. Durante los años siguientes, engordó más y más. La adolescencia temprana lo golpeó con saña, distorsionándole la cara de tal manera que no quedaba nada que se pudiera llamar lindo; le salieron granitos, se hizo tímido y su interés -¡en los géneros literarios!- que antes no le había importado un carajo a nadie, de repente se hizo sinónimo de loser con una L mayúscula. Por más que quisiera, no le era possible cultivar una amistad para nada, ya que era tan bitongo, tan cohibido y (si se va a creer a los chamacos del barrio) tan extraño (tenía el hábito de usar palabras grandes que había memorizado el día antes). Ya no se acercaba a las jevitas porque en el major de los casos ni lo miraban, y en el peor le chillaban y le llamaban¡gordo asqueroso! Se le olvidó cómo bailar “el perrito”, perdió el orgullo que había sentido cuando las mujeres de su familia lo habían llamado hombre. No besó a otra muchacha durante mucho, mucho tiempo. Como si casi todo lo que tenía para atraer a las hembras se hubiera consumido en aquella semana de mierda.A “las novias” tampoco les fue tan bien. Parecía que el mismo mal karma antipasional de Óscar también les hubiera tocado. Para cuando llegó al séptimo grado, Olga se había convertido en algo enorme y espantoso, como si hubiera un gen de gnomo rodando dentro de ella, y comenzó a beberse el 151 directo de la botella hasta que por fin la echaron de la escuela porque tenía el mal hábito de gritar ¡NATAS! en medio de la clase. Incluso sus tetas, cuando al fin emergieron, salieron flojas y pavorosas. Una vez en la guagua, Olga le había dicho a Óscar que no era más que un cometortas, y él por poco le contesta, Mira quién habla, puerca, pero le dio miedo que ella se levantara y le entrara a golpes; su reputación de papichulo, ya por el piso, no hubiera aguantado semejante golpiza, lo habría puesto al mismo nivel que los muchachos lisiados y junto a Joe Locorotundo, famoso por masturbarse en público.¿Y la encantadora Maritza Chacón? ¿Cómo le fue a la hipotenusa de nuestro triángulo? Pues antes de que se pudiera decir Ay Isis Poderosa, Maritza se transformó en una de las guapas más fly de Paterson, una de las reinas de Nuevo Perú. Como continuaron siendo vecinos, Óscar siempre la veía, una Mary Jane18 del ghetto, el pelo tan negro y lustroso como un cúmulonimbo próximo a explotar, probablemente la única muchacha peruana en el mundo con el pelo más rizado que el de su hermana (él todavía no había oído hablar de afroperuanos, o de una ciudad llamada Chincha), con un cuerpazo que les hacía olvidar las enfermedades a los viejos y, desde el sexto grado, siempre con novios que tenían el doble o triple de su edad (Maritza no tenía mucho talento -ni en los deportes, ni en la escuela, ni en el trabajo- pero para los hombres le sobraba). ¿Quería eso decir que había evitado la maldición, que era más feliz que Óscar u Olga? Lo dudo. Por lo que Óscar podía ver, Maritza era una de esas muchachas a las que les gusta que los novios les peguen, ya que lo hacían todo el tiempo. Si un muchacho me golpeara a mí, decía Lola con engreimiento, le mordería la cara.Miren a Maritza: dándose lengüetazos en el portal de la casa, subiendo y bajando del carro de algún matón, empujada hacia la acera. Óscar vería los lengüetazos, el sube y baja y los empellones durante toda su triste y asexuada adolescencia. ¿Qué más podía hacer? La ventana de su cuarto daba al frente de la casa de ella, así que siempre la miraba furtivamente mientras pintaba sus miniaturas de Dungeons & Dragons19 o leía el último libro de Stephen King. Lo únicoque cambió durante esos años fueron los modelos de los carros, el tamaño del culo de Maritza y el tipo de música que dejaban oír las bocinas de los carros: primero freestyle, luego hiphop de la época de Ill-Will y ya al final, sólo por un tiempito, Héctor Lavoe y los muchachos.Él la saludaba casi todos los días, con mucho optimismo y simulando felicidad, y ella le respondía el saludo, pero con indiferencia, y eso era todo. No imaginaba que ella pudiese recordar sus besos -pero por supuesto, él no los podía olvidar.