Tuck para siempre (Tuck Everlasting)

Spanish translation of the story of the Tuck family, doomed to - or blessed with - eternal life after drinking from a magic spring. The Tuck family wanders about trying to live as inconspicuously and comfortably as they can. When ten-year-old Winnie Foster stumbles on their secret, the Tucks take her home and explain why living forever at one age is less a blessing that it might seem. Complications arise when Winnie is followed by a starnger who wants to market the spring water for a fortune.

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Tuck para siempre (Tuck Everlasting)

Spanish translation of the story of the Tuck family, doomed to - or blessed with - eternal life after drinking from a magic spring. The Tuck family wanders about trying to live as inconspicuously and comfortably as they can. When ten-year-old Winnie Foster stumbles on their secret, the Tucks take her home and explain why living forever at one age is less a blessing that it might seem. Complications arise when Winnie is followed by a starnger who wants to market the spring water for a fortune.

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Overview

Spanish translation of the story of the Tuck family, doomed to - or blessed with - eternal life after drinking from a magic spring. The Tuck family wanders about trying to live as inconspicuously and comfortably as they can. When ten-year-old Winnie Foster stumbles on their secret, the Tucks take her home and explain why living forever at one age is less a blessing that it might seem. Complications arise when Winnie is followed by a starnger who wants to market the spring water for a fortune.


Product Details

ISBN-13: 9780374480110
Publisher: Square Fish
Publication date: 09/01/1993
Series: Mirasol/ Libros Juveniles Series
Edition description: Spanish Language Edition
Pages: 152
Sales rank: 87,805
Product dimensions: 7.64(w) x 5.04(h) x 0.36(d)
Language: Spanish
Lexile: 720L (what's this?)
Age Range: 10 - 14 Years

About the Author

A gifted artist and writer, Natalie Babbitt is the award-winning author of the modern classic Tuck Everlasting, The Eyes of the Amaryllis, Kneeknock Rise and many other brilliantly original books for young people. She began her career in 1966 as the illustrator of The Forty-ninth Magician, a collaboration with her husband. When her husband became a college president and no longer had time to collaborate, Babbitt tried her hand at writing. Her first novel, The Search for Delicious, established her gift for writing magical tales with profound meaning. Kneeknock Rise earned her a Newbery Honor Medal, and in 2002, Tuck Everlasting was adapted into a major motion picture. Natalie Babbitt lives in Providence, Rhode Island, and is a grandmother of three.

Read an Excerpt

Tuck Para Siempre


By Natalie Babbitt

Macmillan

Copyright © 1975 Natalie Babbitt
All rights reserved.
ISBN: 978-0-374-48011-0


CHAPTER 1

El camino que conducía a Treegap lo había trazado mucho tiempo atrás un rebaño de vacas que se lo tomaban, por decir algo, con mucha calma. Describía curvas, ángulos suaves, se desviaba en una apacible tangente hasta lo alto de una pequeña loma, bajaba pausadamente por entre márgenes de tréboles libados por numerosas abejas y cortaba luego a través de un prado. Aquí se difuminaban sus límites. Se ensanchaba y parecía interrumpirse, evocando tranquilos picnics bovinos: lento rumiar y meditabunda contemplación del infinito. Entonces reemprendía su curso hasta el bosque. Sin embargo, al llegar a la sombra de los primeros árboles, se desviaba abruptamente describiendo un ancho arco, como si, por primera vez, cayera en la cuenta del lugar al que se dirigía, y lo pasaba dando un rodeo.

Al otro lado del bosque, se disolvía esta sensación de suavidad. El camino ya no pertenecía a las vacas. De golpe y porrazo, el sol volvía a ser asfixiante y abrasador, el polvo, opresivo, y la escasa hierba que lo flanqueaba, raída y desolada. A la izquierda, se erguía la primera casa, una finca sólida y convencional, con aspecto de mírame y no me toques, rodeada por un césped cuidadosamente segado y encerrada dentro de una imponente cerca metálica de casi un metro de altura que parecía decir sin dar pie a equívocos: "Sigue caminando, no te queremos aquí". Así pues, el camino proseguía su trayecto con humildad, bordeando fincas cada vez más frecuentes, aunque menos inaccesibles, hasta el pueblo. Pero, salvo por la cárcel y la horca, el pueblo no tiene importancia. Sólo es importante la primera casa; la primera casa, el camino y el bosque.

El bosque tenía algo extraño. Si el aspecto de la primera casa sugería que era mejor pasar de largo, con el bosque ocurría lo mismo, aunque por una razón completamente distinta. La casa se veía tan satisfecha de sí misma que a uno le daban ganas de hacer mucho jaleo al pasar, incluso de tirarle un par de pedruscos. Pero el bosque tenía un aire soñoliento, sobrenatural, que inducía a cuchichear en vez de hablar. Eso, por lo menos, es lo que debieron pensar las vacas: "Dejémoslo en paz; no lo perturbemos".

Es difícil saber si la gente sentía lo mismo con respecto al bosque. Puede que algunos sí. Pero la mayoría rodeaba el bosque por la sencilla razón de que ése era el trazado del camino. No había senderos que atravesaran el bosque. Por otra parte, los viandantes tenían otra razón para no acercarse al bosque: pertenecía a los Foster, los que vivían en la finca "Mírame y no me toques", y, en consecuencia, era propiedad privada, pese a estar fuera de la cerca y ser perfectamente accesible.

Es curiosa la propiedad de la tierra, cuando nos paramos a pensarlo. ¿Hasta qué profundidad llega? Si una persona posee una parcela de tierra, ¿también la posee en sentido vertical, estrechándose gradualmente hasta confluir con todas las demás parcelas en el centro de la Tierra? ¿O la propiedad consiste en una capa delgada bajo la cual los amigos gusanos tienen prohibido el paso?

Sea como fuere, el bosque, al estar en la superficie — salvo, claro está, las raíces —, era propiedad de los habitantes de la finca "Mírame y no me toques", los Foster, y, si ellos nunca iban, si nunca paseaban por entre los árboles, era asunto suyo. Winnie, la única niña de la finca, nunca había ido al bosque, aunque, a veces, parada al otro lado de la cerca, golpeaba desmañadamente las rejas con un palo y lo miraba. Pero nunca le había picado excesivamente la curiosidad. Cuando una cosa es tuya parece perder su interés; sólo cuando no es tuya lo tiene.

En cualquier caso, ¿qué tienen de interesante unas cuantas hectáreas de árboles? Con toda seguridad, será un lugar oscuro, sesgado por los rayos del sol, y tendrá un montón de ardillas y pájaros, un húmedo colchón de hojas y las demás cosas, igualmente familiares, aunque no tan agradables, como arañas, zarzas y gusanos.

Sin embargo, eran las vacas, a fin de cuentas, las responsables del aislamiento del bosque y las que, con una sabiduría que ignoraban poseer, demostraron ser muy listas. De haber pasado a través del bosque en lugar de rodearlo, la gente habría seguido su recorrido. La gente se habría fijado en el fresno gigante que había en el centro del bosque y, luego, en su momento, en el pequeño manantial que brotaba por entre las raíces, pese a las piedras que lo disimulaban. Y eso habría sido un desastre tan enorme que esta vieja y gastada Tierra, sea o no sea propiedad de alguien hasta su centro, habría temblado en su eje, como un escarabajo en una hoja.

CHAPTER 2

Así, al amanecer de aquel día de la primera semana de agosto, Mae Tuck se despertó y permaneció un rato en la cama observando las telarañas del techo. Por fin dijo, alzando la voz:

— ¡Mañana estarán los chicos en casa!


El esposo de Mae, tumbado boca arriba a su lado, ni se inmutó. Continuó durmiendo. Las arrugas de melancolía que le surcaban el rostro durante el día se habían suavizado y se veían relajadas. Emitió un suave ronquido y, por un momento, los sesgos de los labios se le curvaron en una sonrisa. Tuck no sonreía casi nunca, salvo durante el sueño.

Mae se incorporó en la cama y lo contempló con indulgencia:

— Mañana estarán los chicos en casa — repitió, un poquitín más fuerte.

Tuck se sacudió, desvaneciéndose la sonrisa. Abrió los ojos.

— ¿Por qué has tenido que despertarme? — suspiró —. Tenía otra vez ese sueño, ése tan bonito en el que todos estamos en el cielo y nunca hemos oído hablar de Treegap.

Mae frunció el ceño. Era una mujer corpulenta, de cara redonda y sensible y tranquilos ojos castaños.

— No sirve de nada ese sueño — dijo —. Nada va a cambiar.

— Cada día me dices lo mismo — dijo Tuck, volviéndole la espalda —. Pero yo no puedo evitar soñar lo que sueño.

— Puede ser — dijo Mae —. Pero, así y todo, ya deberías haberte acostumbrado a las cosas a estas alturas.

Tuck masculló:

— Dormiré un poco más.

— Yo no — dijo Mae —. Voy a coger el caballo para ir al bosque a reunirme con ellos.

— ¿A reunirte con quién?

— ¡Con los chicos, Tuck! ¡Nuestros hijos! Cogeré el caballo para salirles al encuentro.

— Vale más que no lo hagas — dijo Tuck.

— Lo sé — dijo Mae —, pero estoy impaciente por verles. Además, hace diez años que no he ido a Treegap. Nadie me recordará. Llegaré al atardecer. Sólo iré hasta el bosque. No me acercaré al pueblo. Pero, con todo, si me viera alguien, no se acordaría de mí. Nunca ha pasado, ¿verdad?

— Tú misma — dijo Tuck con la cabeza hundida en la almohada —. Yo seguiré durmiendo.

Mae Tuck saltó de la cama y empezó a vestirse: tres enaguas, una raída falda marrón, una vieja chaqueta de algodón y un chal de punto, que se sujetó al pecho con un broche de metal mate. Los ruidos que hacía al vestirse eran tan familiares que Tuck pudo decir sin abrir los ojos:

— No te hace falta ese chal en pleno verano.

Sin hacer caso del comentario, Mae dijo:

— ¿No necesitarás nada? No llegaremos hasta mañana al anochecer.

Tuck se dio la vuelta e hizo una mueca de tristeza.

— ¿Qué diablos me puede pasar?

— Es verdad — dijo Mae —. Siempre lo olvido.

— Pues yo no — dijo Tuck —. Que lo pases bien.

Y al instante volvía a estar durmiendo.

Mae se sentó en el borde de la cama y se puso unas botas de mediacaña de cuero, tan usadas y blandas por el uso que era un milagro que se conservaran enteras. Acto seguido, se levantó y cogió del lavamanos que había junto a la cama, un pequeño objeto de forma cuadrada, una caja de música decorada con rosas y lirios del valle pintados Era el único objeto bonito que tenía y jamás salía sin llevarlo encima. Sus dedos erraron hasta la llave que tenía en la base, pero, al observar al durmiente Tuck, meneó la cabeza, dio una palmadita a la caja y se la guardó en el bolsillo. Por último, se caló hasta las orejas un sombrero de paja azul y alas caídas y gastadas.

Sin embargo, antes de ponerse el sombrero, se cepilló el pelo canoso y se hizo un moño en la nuca. Lo hizo rápida y expertamente, sin mirarse ni una sola vez en el espejo. Aunque había puesto uno en el lavamanos no necesitaba espejos para nada. Sabía de sobra lo que iba a ver en él. Su imagen había dejado de interesarle mucho tiempo atrás, por la sencilla razón de que Mae Tuck y su marido, al igual que Miles y Jesse, llevaban ochenta y siete años teniendo el mismo aspecto.

CHAPTER 3

A las doce del mismo día de la primera semana de agosto, Winnie Foster se encontraba sentada en la hierba, al pie de la reja, y le decía al enorme sapo que estaba arrebujado al otro lado del camino:

— Pues sí que lo haré. Ya lo verás. Puede que sea lo primero que haga mañana, mientras todos duerman aún.

Era difícil saber si el sapo la escuchaba o no. De hecho, Winnie le había dado buenas razones para no hacerle ni caso. La niña se había acercado a la reja, enfadadísima, muy cerca del punto de ebullición, en un día que también parecía a punto de hervir y al instante había reparado en el sapo. Era el único ser vivo a la vista, si no se contaba una nube de mosquitos histéricos suspendida encima del camino fustigado por el sol. Winnie había recogido unas cuantas piedras al pie de la reja y, a falta de otra manera para manifestar su estado de ánimo, había lanzado una contra el sapo. Falló el tiro, pese a afinar al máximo la puntería, pero, con todo, convirtió esta práctica en un juego y se dedicó a tirar piedras con un ángulo tal que atravesaran la nube de mosquitos antes de llegar al sapo. Los mosquitos estaban demasiado frenéticos para notar semejante intrusión; sin embargo, como ninguna piedra dio en el blanco, el sapo siguió arrebujado y haciendo muecas sin el menor sobresalto. Probablemente se sentía rencoroso. O a lo mejor sólo estaba durmiendo. En cualquier caso, ni siquiera le echó una mirada cuando, por fin, agotadas las piedras, la niña se sentó a contarle sus penas.

— Mira, sapo — dijo pasando los brazos por entre las rejas y arrancando los hierbajos del otro lado —. Creo que no podré resistirlo mucho tiempo.

En ese momento, una ventana de la casa se abrió de golpe y una voz débil — su abuela — chilló:

— ¡Winifred! ¡No te sientes en esa hierba sucia! ¡Te vas a manchar las botas y los calcetines!

Y otra voz, más firme — su madre — añadió:

— ¡Ven acá, Winnie! ¡Enseguida! ¡Cogerás una insolación con este día! ¡Y tu comida ya está lista!

— ¿Ves? — dijo Winnie al sapo —. Eso es precisamente lo que quiero decir. Es así siempre. Si tuviera una hermana o un hermano, deberían vigilar a otro. Pero sólo me tienen a mí. Estoy harta de que me estén vigilando continuamente. Quiero estar sola para variar. — Apoyó la frente en las rejas y, tras una breve pausa, prosiguió en tono meditabundo —: No sé exactamente lo que haría, ¿sabes? , pero sería algo interesante, algo totalmente mío. Algo que lo cambiara todo. Para empezar, sería bonito tener un nombre nuevo, un nombre que no esté completamente gastado de tanto llamarme. Incluso podría pensar en tener una mascota que me hiciera compañía. Tal vez un sapo viejo y grandote como tú, al que pudiera guardar en una jaula acogedora, llena de hierba y ...

En esto, el sapo se movió y parpadeó. Con una sacudida de los músculos, propulsó la masa fangosa de su cuerpo algo más lejos.

— Sí, supongo que tienes razón — dijo Winnie —. Entonces, serías como yo ahora. ¿Por qué ibas a estar tú también encerrado en una jaula? Sería mejor ser como tú, libre, tomando mis propias decisiones. ¿Sabes que casi no me dejan salir sola de este jardín? Nunca haré nada importante aquí dentro. Supongo que lo mejor sería escaparme ...

Se detuvo y escudriñó al sapo para ver su reacción ante tan asombrosa idea, pero éste siguió sin reflejar el menor signo de interés.

— Crees que no me atrevería, ¿eh? — dijo en tono acusador —. Pues sí que lo haré. Ya lo verás. Puede que sea lo primero que haga mañana, mientras todos duerman aún.

— ¡Winnie! — se oyó otra vez la voz firme desde la ventana.

— ¡Vale! ¡Ya voy! — gritó exasperada. Y luego añadió rápidamente —: Quiero decir, enseguida voy, mamá.

Se levantó y se pasó las manos por las piernas para quitarse la hierba que se le había adherido a los calcetines.

El sapo, como percatándose de que la entrevista había terminado, se movió otra vez, se encogió sobre sí mismo y, de un bote desmañado, se perdió en dirección al bosque. Winnie le miró mientras se alejaba.

— ¡Lárgate, sapo! — le gritó —. Pero ya lo verás. Espera sólo hasta mañana.

CHAPTER 4

Al atardecer de ese largo día, un forastero llegó del pueblo por el camino y se detuvo ante la verja de los Foster. Winnie estaba otra vez en el jardín. Ahora intentaba cazar luciérnagas y al principio no se dio cuenta de su presencia. Pero, tras mirarla un rato, el hombre gritó:

— ¡Buenas tardes!

El forastero era un hombre muy alto y delgado. Su largo mentón se disipaba en una barbita fina y discreta y llevaba un traje de un color amarillo chillón que parecía brillar un poco en la luz mortecina. Un sombrero negro le colgaba de la mano y, al acercarse Winnie, se pasó la otra por el cabello gris y seco para alisárselo.

— Vaya, vaya — dijo con voz suave —. Cazando luciérnagas, ¿eh?

— Sí — dijo Winnie.

— Una actividad maravillosa en una tarde de verano — dijo el hombre con acento distinguido —. Un entretenimiento precioso. Yo también lo hacía cuando tenía tu edad. Pero, desde luego, de eso hace mucho, mucho tiempo.

Se rió, haciendo un ademán humilde con sus dedos largos y finos. Su largo cuerpo no paraba de moverse: un pie tabaleaba contra el suelo, un hombro se estremecía. Se movía con gestos bruscos, como espasmódicos, pero a la vez tenía cierta gracia, como una marioneta manejada por un experto. De hecho, casi parecía estar suspendido a la luz del crepúsculo. Sin embargo, a Winnie, aunque un tanto fascinada, le evocó de repente las cintas tiesas que colgaron en la puerta de la casa con motivo del funeral de su abuelo. Frunció el ceño y observó al hombre más detenidamente. Su sonrisa parecía de fiar; era francamente agradable y cordial.

— ¿Vives aquí? — preguntó el hombre, cruzando los brazos y apoyándose en la verja.

— Sí — dijo Winnie —. ¿Quiere ver a mi padre?

— A lo mejor. Dentro de un ratito — dijo el hombre —. Pero antes me gustaría charlar contigo. ¿Hace mucho que vivís aquí tú y tu familia?

— Oh, sí — dijo Winnie —. Hemos vivido siempre aquí.

— Siempre — repitió el hombre, pensativo.

No era una pregunta, pero Winnie creyó oportuno explicarse mejor:

— Bueno, siempre no, claro, pero desde que hay gente por aquí. Mi abuela nació aquí. Dice que entonces todo eran árboles, sólo árboles por todas partes. Ahora los han cortado casi todos, menos los del bosque.

— Comprendo — dijo el hombre, acariciándose la barbita —. Así pues, ni que decir tiene que conocerás a todo el mundo y sabrás lo que pasa.

— Pues no especialmente — dijo Winnie —. Yo no, por lo menos. ¿Por qué?

El hombre arqueó las cejas.

— Oh — dijo —. Estoy buscando a alguien. Busco a una familia.

— Yo no conozco a mucha gente — dijo Winnie, encogiéndose de hombros —. Pero mi padre sí. Puede preguntarle a él.

— Creo que lo haré — dijo el hombre —. Sí, creo que lo haré.

En ese momento, la puerta de la casa se abrió y, rodeada por la luz de un quinqué que se desparramaba por la hierba, apareció la abuela de Winnie:

— ¿Winifred? ¿Con quién hablas?

— Con un señor, abuela — respondió ella —. Dice que está buscando a alguien.

— ¿Qué pasa? — dijo la anciana. Y, recogiéndose las faldas, bajó por el sendero hasta la verja —. ¿Qué dices que quiere?

El hombre del otro lado de la verja inclinó levemente la cabeza.

— Buenas noches, señora — dijo —. Es una delicia verla con tan buen aspecto.


(Continues...)

Excerpted from Tuck Para Siempre by Natalie Babbitt. Copyright © 1975 Natalie Babbitt. Excerpted by permission of Macmillan.
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