Una historia a la vez: una carta de Isabel Allende, autora de El viento conoce mi nombre
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La conmovedora novela de Isabel Allende entreteje el pasado y el presente, con dos historias impactantes sobre la vida de un chico en Europa en los días previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial, y las vicisitudes enfrentadas por los inmigrantes que arriban en los Estados Unidos en la época actual. Sigue leyendo para enterarte lo que le inspiró a Isabel Allende a escribir El viento conoce mi nombre.
La conmovedora novela de Isabel Allende entreteje el pasado y el presente, con dos historias impactantes sobre la vida de un chico en Europa en los días previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial, y las vicisitudes enfrentadas por los inmigrantes que arriban en los Estados Unidos en la época actual. Sigue leyendo para enterarte lo que le inspiró a Isabel Allende a escribir El viento conoce mi nombre.
¿Cómo comienza una historia? Hay tantas respuestas a esa pregunta como novelas existen, pero en el caso de El Viento Conoce Mi Nombre, comienza hace muchos años, en un teatro de Nueva York, donde presencié Kindertransport, una obra de teatro de Diane Samuels basada en el hecho real de niños salvados de los nazis gracias a esfuerzos organizados de rescate. La protagonista es una niña judía que es enviada a Inglaterra por sus padres para salvarla de los campos de concentración nazis. La desgarradora decisión de esos padres desesperados de enviar lejos a su hija y el trauma que les causó a ellos y a la niña me han atormentado durante años. Es una elección de vida o muerte que ningún padre debería tener que hacer. ¿Qué les sucedió a esos niños desplazados? Algunos fueron recibidos por familias amables, otros fueron recibidos con indiferencia, algunos fueron explotados o abusados, pero todos crecieron con un hueco en el corazón.
Como madre y abuela, siento el dolor de esas familias grabado en mis huesos. Después de leer y ver películas y documentales sobre el Kindertransport y escuchar algunas entrevistas a los sobrevivientes, comencé a investigar otras ocasiones en las que los niños han sido separados de sus padres, como los niños negros vendidos como esclavos, o los niños indígenas apartados de sus familias para ser «civilizados» en brutales internados en Estados Unidos, Canadá, Australia y otros lugares, o los bebés separados de madres solteras para ser entregados en adopción en Irlanda. Descubrí que esta tragedia ha estado ocurriendo durante mucho tiempo y sucede en lugares que supuestamente son refugios seguros.
En 2017, la prensa informó sobre la separación sistemática de niños de sus familias en la frontera sur de Estados Unidos. Nos enteramos de niños gritando mientras eran arrastrados por oficiales de la patrulla fronteriza, incluso bebés lactantes arrancados de los brazos de sus madres. Vimos fotos desgarradoras de niños en jaulas y las vergonzosas condiciones de los menores en centros de detención. Fue una política gubernamental destinada a desalentar a solicitantes de asilo, refugiados e inmigrantes.
Sabiendo que sus hijos les serían arrebatados, la gente a menudo se pregunta quién se arriesgaría a cruzar la frontera. La respuesta: sólo aquellos que están huyendo por sus vidas. Y hay cientos de miles de personas desesperadas en esa situación.
Como era de esperar, a medida que esta política comenzó a recibir más cobertura de prensa en los años siguientes, hubo un clamor nacional e internacional. Eventualmente fue revocada, pero la práctica continuó. Puede haber desalentado a muchos padres, pero el flujo de menores no acompañados en la frontera solo ha aumentado.
Hace veintisiete años, creé una fundación en honor a mi hija, Paula, cuya muerte prematura me partió el corazón. La misión de la fundación es invertir en organizaciones y programas que ayudan a mujeres y niños vulnerables. En los últimos años, una de las formas en que hemos hecho esto es trabajando con refugiados en todo el mundo, especialmente en la frontera de Estados Unidos. Gracias a la fundación, a veces tengo el honor de conocer a personas extraordinarias, especialmente mujeres, que trabajan incansablemente para aliviar la situación de los refugiados, como abogadas que representan a niños pro-bono, trabajadoras sociales, psicólogas y miles de voluntarias movidas por la compasión y la decencia. Entrevisté a algunas de ellas como antecedente para este libro. Pasaron muchas, muchas horas compartiendo sus experiencias conmigo, a menudo por teléfono o Zoom debido a la pandemia.
He escuchado muchas historias de pérdida y sufrimiento, pero también tantas de valentía, solidaridad y resiliencia. Conocí a abogados como Frank y trabajadoras sociales como Selena. Y porque el universo conspira para facilitar mi trabajo, también conocí durante mi investigación a una mujer salvadoreña como Leticia y a un anciano que inspiró a Samuel. Considero que mi trabajo es escuchar, observar, hacer preguntas. Luego, como novelista, en los momentos de silencio después de estas reuniones espero pacientemente y dejo que los personajes ficticios crezcan a partir de estas experiencias. Pronto me cuentan sus vidas.
Dos mujeres increíbles, Lori Barra y Sarah Hillesheim, dirigen la fundación con mano firme y corazón compasivo. A veces me desespera lo poco que podemos hacer con nuestros recursos y ellas me recuerdan que no podemos medir nuestro impacto en números, solo podemos medirlo en una vida a la vez.
Eso no es muy diferente a lo que he intentado hacer en esta novela: contar una historia a la vez. Espero que la historia de Anita te conmueva.