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Diario de la Navegación y Reconocimiento del Río Tebicuary
By Félix Azara Red Ediciones
Copyright © 2015 Red ediciones S.L.
All rights reserved.
ISBN: 978-84-9897-690-8
CHAPTER 1
DISCURSO PRELIMINAR A LA DESCRIPCIÓN DEL TEBICUARY
Tres siglos de negociaciones y tratados no bastaron a poner de acuerdo las Cortes de Madrid y Lisboa sobre el deslinde de sus colonias, y estas cuestiones, que habían empezado con su dominación en América, no terminaron con su decadencia. Cada paso que daban, aumentaba las dudas y hacía más difícil su resolución; porque carecían de un conocimiento exacto de las localidades, ni podían adquirirlo por falta de documentos.
Después de haber conferenciado en Tordesillas, en Badajoz, en Lisboa, en Utrecht, sin poder llegar a un avenimiento, y dejando en toda su oscuridad el espíritu de las concesiones hechas por Alejandro VI en su famosa bula de 1593, volvieron las dos potencias a negociar en Madrid y en San Ildefonso, por los años 1750 y 1777. La causa que había paralizado el primero de estos tratados, había desaparecido con la expulsión de los Jesuitas, y todo anunciaba una fácil y pronta ejecución del segundo.
La Corte de Madrid, que había acreditado siempre celo y lealtad en el cumplimiento de sus promesas, nombró comisarios para que, de acuerdo con los portugueses, trazasen la nueva línea divisoria; y se apresuró a dar todas las instrucciones que creyó necesarias para dejar cumplidas las últimas estipulaciones.
Estos trabajos geodésicos, que abrazaban un espacio inmenso, desde los parajes inmediatos al Río de la Plata hasta las bocas de las Amazonas, rodeando en todo su ámbito la frontera interior del Brasil, fueron confiados a varias comisiones, que se procuró formar de oficiales activos e inteligentes. Uno de ellos fue el señor de Azara, perteneciente a una familia establecida en Barbuñales, pequeña aldea de Aragón, en el partido de Barbastro, que adquirió de repente un gran renombre, por haber producido dos individuos del mismo apellido, que se ilustraron por su instrucción y servicios.
El menor de ellos, don Félix, nacido en 1746, pasó de la universidad de Huesca, donde empezó sus estudios, a la academia militar de Barcelona, para continuar los de la profesión a que lo destinaron sus padres. A los dieciocho años recibió su primer despacho de cadete en un regimiento de infantería, donde probablemente se hubiera embotado su genio, si no hubiese buscado un teatro más digno de él en los cuerpos facultativos del ejército; y de él de ingenieros, en que hizo la campaña de África, se incorporó al de marina, para tomar parte en la demarcación de límites en América.
Obstáculos que no estaba en sus manos remover, frustraron este plan, y le quitaron la gloria de haber contribuido a realizarlo. Tenemos en nuestro poder el borrador autógrafo de la correspondencia oficial de Azara con virrey Arredondo, en que le propone de hacer retirar la partida demarcadora de Curuguatí (que era el punto en que debían reunirse los comisarios) para no ocasionar gastos inútiles al erario. Cansado de aguardar la contestación del virrey, tomó sobre si el retirarse a la Asunción — tal era su convencimiento de disposición de los portugueses a cumplir lo pactado.
Aun cuando hubiesen concurrido, advirtió Azara la imposibilidad de trazar la línea, por el modo confuso e ininteligible en que estaba redactado el tratado; sobre todo el artículo 9, en que se designaban como puntos directores los ríos Igurei y Corrientes, que no se encontraban en el terreno. Azara previó desde luego que no se necesitaba más para entorpecer las operaciones; y en 13 de abril de 1791, escribió al virrey: «si el comisario portugués no quiere admitir al Jaguarey ni el Igatimí (que eran los ríos que él proponía se substituyeran al Igurei), no será dable tratar de demarcación; porque, no habiendo ríos que literalmente tengan los nombres de Igurei y Corrientes, sería en vano buscarlos, e imposible empezar y seguir».
Por más extraños que aparezcan ahora estos defectos en un acto de tanta importancia, no es el único ejemplo de la ignorancia de los gobiernos europeos en la geografía e historia de sus colonias. En la contestación del marqués de Grimaldi a la Memoria que, en enero de 1776, le pasó el Ministro de Portugal, don Francisco Ignacio de Sousa Coutiño sobre los límites de la Banda Oriental del Río de la Plata, se dice entre otras cosas, que «el veneciano Sebastiano Gaboto, que servía a los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, de orden de aquellos príncipes, hizo antes que nadie el descubrimiento del Río de la Plata, por los años de 1496»; «que de esta noticia, que dio a su regreso a España, resultó salieran Juan Díaz de Solís y Pinzón a proseguir aquel descubrimiento». Y hablando poco después del viaje de Cabeza de Vaca, añade, que «al llegar a la isla de Santa Catalina, formó el proyecto de venir a Buenos Aires por tierra, con cuyo objeto, abriéndose el camino al través de la provincia de Vera, y cortando en canoas la corriente del Río de la Plata; pasó a la banda austral a ejercer su gobierno de Buenos Aires».
Todas estas indicaciones son falsas. Gaboto entró al servicio de España en 1518, cuando ya reinaba Carlos V, y su primer viaje a los mares australes se efectuó a principios de abril de 1526 — mucho tiempo después que su primer descubridor Solís navegase el Río de la Plata: lo que sucedió en 1515, según consta de los documentos auténticos publicados por el señor Navarrete, en su Colección de los viajes y descubrimientos de los españoles —. Por lo que toca a Cabeza de Vaca, no podía ocurrírsele pasar a Buenos Aires, porque entonces no existía: lo único que se propuso fue llegar a la ciudad de la Asunción por el Guayra, lo que efectuó realmente. Hemos escogido este ejemplo, porque la Memoria de Grimaldi ha sido mirada siempre como el documento más clásico, producido en esta interminable cuestión de límites.
La incuria de la Corte de Madrid en adquirir nociones exactas de la topografía de sus estados, debe tenerse por una de las causas que más eficazmente han influido en las usurpaciones de la corona de Portugal. Los reconocimientos de las comisiones de límites, creadas en virtud del tratado de 1777, que hubieran podido derramar una gran luz sobre estas materias, fueron relegados al olvido; y a no haber sido por la insistencia de un amigo de Azara, que se empeñó en publicar sus obras, se hubiera borrado hasta el recuerdo de sus trabajos, que fueron muchos e importantes, porque, al desempeño de sus funciones, agregó el estudio de la estadística y zoología del país; en cuyas útiles investigaciones no solo no fue auxiliado por las autoridades locales, sino que las halló dispuestas a estorbarle. ¡¡¡Se llegó hasta el punto de negarle el acceso a los archivos, y de amenazar a los indios que le traían los despojos de los animales que podían completar sus colecciones!!!
Estas intrigas miserables le hicieron solicitar volver a Europa; lo que no pudo conseguir sino al cabo de muchos años. Vino a Buenos Aires, donde se le ocupó en reconocer los campos del sur para colonizarlos, y los puertos del Río de la Plata para proyectar un sistema de defensa contra los ataques de las potencias extranjeras. Se esforzó también en demostrar la conveniencia de fundar poblaciones en la frontera del Brasil, aprovechando la llegada de las familias que se enviaban de España para establecerlas en la costa patagónica. La adopción de este plan dio existencia al pueblo de San Gabriel de Batoví, en las cabeceras del Ybicuí, y descargó al erario del peso de cerca de 50.000 duros al año. El marqués de Avilés, al dejar el mando del virreinato de Buenos Aires, representó al rey estos servicios, que le recordaron el nombre y el mérito de Azara. Se le llamó entonces a España, donde llegó a principios de 1802.
El deseo de abrazar a su hermano don Nicolás, que se hallaba a la sazón de embajador en París, le hizo atravesar los Pirineos, que volvió a transitar poco después con el dolor de haberle visto desaparecer para siempre. Esta pérdida, dolorosísima para él, le hundió en una profunda tristeza, que no fueron capaz a atemperar los infinitos testimonios deaprecio que le prodigaron el rey y el público. Descendió al sepulcro, poco después de haber sido ascendido al grado de general, y cuando la Europa aplaudía a la publicación de sus obras.
Algunas quedaron inéditas en manos de sus amigos: entre ellas, el Diario de la navegación del río Tebicuary, cuyo manuscrito autógrafo nos ha sido comunicado, con suma generosidad, por la señora doña Bárbara Barquín, viuda de don Pedro Cerviño, compañero y colaborador de Azara en estas expediciones. Este diario es un comprobante del esmero con que el autor procedía en sus reconocimientos, y asimismo una pauta de los trabajos que le costó la adquisición de tantos datos nuevos o poco comunes, para emprender la descripción de estas provincias.
Sean cuales fueren los defectos que se noten en sus producciones, sería una injusticia rehusarle el mérito de haberlas preparado en medio de tantos motivos de desaliento y disgusto.
Buenos Aires, junio de 1836. Pedro de Angelis
CHAPTER 2
DIARIO DE AZARA AÑO DE 1785
Mes de agosto
Día 19. Habiendo amanecido el tiempo bueno, salimos de la Asunción a las 6 y media de la mañana, llevando un soldado de la partida, un capataz y tres peones para el cuidado de treinta y dos caballos y ocho mulas que se graduaron necesarios para llegar a Villa Rica o Caazapá. A las 10 horas 45 minutos, llegamos al valle de Itaguá, habiendo caminado 7 leguas y media por caminos muy tortuosos, algunos pedazos con mucha arena suelta rojiza, y otros con no tanta. A las 4 leguas poco más, pasamos el arroyo que llaman Batura, que tiene su origen en el pago de Tayazuapé, y se forma de unos bañados, juntándose a muy poca distancia, de donde lo pasamos con el arroyo de las Salinas, que igualmente cortamos después. Así este como aquel son arroyos de poca consideración; el último tiene su origen de unos bañados formados de las aguas que filtran algunas colinas que le rodean, y desagua en la laguna Ipacaray: los dos se nadan cuando llueve mucho.
Todo el camino es por tierras no muy llanas y pobladas de árboles, a excepción de algunos valles que no los tienen, sino a manchones: todo poblado de chacras, cuyas casas no son más que ranchos de paja, y solo tal cual se ve de teja.
El valle de Itaguá es pequeño y bien poblado, a proporción de su corta extensión. No puedo decir a qué número asciende su vecindario, porque no hubo quien me diera esta noticia, y solo pude saber que los frutos que cosechan son la mandioca, tabaco, maní, alguna caña de azúcar, maíz y porotos, únicamente para mantenerse, pues solo tabaco cogen para vender.
Luego que llegamos, rectificamos el instrumento, y después de haber compuesto de una pequeña dislocación el espejo semiazogado, hallamos el cero en los 300º 46 minutos 37 segundos Sur. Hacía mucho viento, y sin embargo observamos 51º 49 minutos 48 segundos 75 de altura meridiana del Sol, que dieron de latitud 25º 22 minutos 7 segundos 45; hecha la operación con concepto a la atmósfera que estaba bastante cargada.
Demarcamos a juicio prudente, porque no se veían los puntos siguientes: el pueblo del Itá al Sur 37º 30 minutos Este, distancia, 2 leguas; la capilla de Capiatá al Norte 31º 0, la misma distancia; la capilla de Luque al Norte 31º 0, distancia, 4 leguas; la de San Lorenzo al Norte 82, 0, distancia como la anterior.
Salimos de la capilla de Itaguá a las 3 horas 31 minutos de la tarde, y a las 5 horas 48 minutos llegamos a una chacra en el valle de Pirayú, en donde hicimos noche, habiendo caminado 3 leguas y media por terrenos como los de por la mañana: algunos trechos montuosos, y otros atravesando valles poblados de chacras a una y otra banda, arena rojiza lo más, y en partes tierra del mismo color, y arena blanca algo suelta en otros.
El valle de Pirayú tiene sobre 7 leguas de largo; es formado por dos cordilleras de poca altura, que la una dista de la otra en algunos parajes una legua y más: es de una vista agradable y deliciosa, muy poblado de chacras, en donde se cosechan los mismos frutos que en Itaguá. Por su medianía corre a lo largo el arroyo que llaman Pirayú, que tiene sus vertientes en el extremo del sur, cerca del cerro de Paraguari, y desagua en la laguna Ipacaray, que tiene como 3 leguas de largo, y una y media de ancho, y sirve de término a dicho valle por la parte del norte.
Día 20. A las 5 horas 5 minutos de la mañana montamos a caballo, y a las 5 horas 30 minutos cortamos el arroyo de Pirayú, de que se ha hecho mención. A las 6 horas 30 minutos llegamos a la falda de la cordillera, habiendo encontrado algunas lagunitas, conceptuando haber andado 1 y tres cuartos de legua: subimos la cordillera que la forman pequeños cerros, de que resulta no ser muy áspera. A las 8 horas 46 minutos, pasamos la capilla de la Cruz de los Milagros, que está situada en la cumbre de un pequeño cerro a la izquierda del camino: a las 9 pasamos el arroyo Piribebuy; a las 9 horas 20 minutos lo volvimos a pasar, y a las 9 horas 43 minutos llegamos a la Capilla.
Desde que salimos del valle de Pirayú, siempre caminamos por entre cerrezuelos, que forman valles de muy poca extensión, poblados de chacaritas, en donde cosechan los mismos frutos que en Pirayú, inclinándose más estas gentes al costoso beneficio de la hierba. Desde la cumbre de la cordillera hasta Piribebuy anduvimos 4 leguas y cuarto por camino tortuoso, bastantes lagunitas; el terreno arena, así como el del valle de Pirayú.
Luego que llegamos, rectificamos el instrumento, y se halló el cero en los 300º 39 minutos 45 segundos, y tomada la altura meridiana del Sol, que fue de 52º 4 minutos 45 segundos, se calculó la latitud de 25º 27 17 segundos 7, atmósfera cargada.
Desde la capilla hicimos las demarcaciones siguientes: Pirayú al sur 78 Oeste; distancia, 6 leguas. Paraguari al sur 30º Oeste; distancia la misma. Distancia al pueblo de Tobaty, 7 leguas; a la capilla de Nuestra Señora de los Milagros, 3 y media leguas; todo a buen juicio. La que estimamos a la capilla de Pirayú es de 7 leguas escasas; advirtiendo que por otro camino solo dicen que hay 3 y media leguas, pero tiene en su contra el ser muy fragoso.
La feligresía de Piribebuy, según nos informó su cura, tiene una jurisdicción que comprende 10 leguas de largo, en las cuales hay algunas viceparroquias, para que no falte la administración del pasto espiritual a 800 familias que componen como 6.000 almas, que están avecindadas en aquellos campos.
La iglesia es bastante grande, y su situación no es mala, en medio de una plaza, formada por cuatro cuadras de ranchos de paja.
A las 3 horas 46 minutos, salimos de Piribebuy (habiendo merecido particular obsequio al cura, en cuya casa nos hospedamos), y luego pasamos el arroyo de Piribebuy con agua a la rodilla del caballo; y a tres cuartos de legua, cortamos el Yaguayminí con la misma agua, habiéndonos dirigido por un camino bastante derecho, pero de tierras dobladas. A las 4 horas 48 minutos, considerando haber andado 2 leguas, demarcamos el lugar de la salida al norte 47º Oeste, único punto que pudimos ver, sin embargo del buen deseo que teníamos de hacer lo mismo con la serranía de Villa Rica, Capilla de Valenzuela y Paraguari, que ni a buen juicio pudimos demarcar, porque ninguno de los que nos acompañaban pudieron darnos las noticias que para ello se requerían. Continuamos el camino al sur 47º Este, siempre por terrenos muy desiguales; en algunos parajes arena rojiza algo suelta, y en otros greda del mismo color: en las cumbres de las lomas más elevadas vimos bastantes árboles, aunque en otros no los hay. Pasamos algunos pantanos y lagunas, solo una en que llegaba el agua al encuentro del caballo; las demás no tenían tanta. A las 5 horas 9 minutos, que considerábamos andadas 2 leguas y tres cuartos, pasamos el arroyo Yaguayguazú, que corre al este como el Miní, y se junta como a 2 leguas, de donde cortamos el último, y unidos van al Tobatiry, que tributa sus aguas al río Paraguay, en el paraje llamado Manduvira: cuando llueve recogen mucha agua, y es necesario pasarlos a nado. Llegamos por fin a la casa de don Antonio Valenzuela, a las 7 horas 50 minutos, conceptuando haber andado 6 leguas y cuarto, por caminos poco tortuosos. Aquí nos quedamos a dormir para oír misa el siguiente día domingo, atendiendo a que de ello, lejos de resultar atraso, nos era más conveniente, pasar de mañana lo más áspero de la cordillera.
Hasta las 12 y tres cuartos de la noche, estuvimos con el circular en las manos dispuesto, con la esperanza de poder observar la altura meridiana de la Luna; pero viendo que el anteojo hacía sombra a causa que el astro pasaba muy inmediato al cenit, fue forzoso dejarlo, aunque con bastante sentimiento.
Por las noticias que nos dieron, demarcamos a buen juicio los puntos siguientes:
Piribebuy al norte 63º Oeste. Paraguari al sur 85º Oeste, distancia 9 leguas. La estancia de Yaguarón al sur 36º Este. La medianía de la sierra de Villa Rica al sur 77º Este.
La casa de don Antonio Valenzuela tiene en su inmediación una iglesia de tres naves, formadas por horcones o postes, y una buena torre de madera, fabricada a costa del mismo Valenzuela, y situada en una loma de vista agradable. Sin duda es una de las mejores de la Provincia: tiene 52 varas de largo, y 22 de ancho; sus retablos que son tres, no dejan de ser regulares aunque de poco gusto, pero sí bien dorados. Está regularmente proveída de buenos ornamentos: en ella se administra el pasto espiritual a mucho vecindario que vive esparcido en las lomas y valles inmediatos.
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