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El Alquimista
By Paulo Coelho Rayo Copyright © 2007 Paulo Coelho
All right reserved.
ISBN: 9780061351341
Capítulo Uno
El muchacho se llamaba Santiago. Empezaba a oscurecer, cuando llegó con su rebaño ante una vieja iglesia abandonada. El techo se había hundido hacía mucho tiempo y un enorme sicomoro había crecido en el lugar que antes albergaba la sacristía.
Resolvió pasar allí la noche. Hizo que todas las ovejas entrasen por la puerta en ruinas y luego colocó unos maderas de modo que no pudiesen huir durante la noche. No había lobos en aquella región, pero una vez se escapó uno de aquellos animales durante la noche y el pastor se pasó todo el día siguiente buscando, la oveja descarriada.
Extendió su chaqueta sobre el suelo, y acostóse en é1, usando como almohada el libro que acababa de leer. Antes de dormirse, recordó que le hacía falta leer libros más gruesos: se tardaba más en leerlos, y por la noche resultaban más cómodos corno almohada. Todavía estaba oscuro cuando despertó. Miró hacia arriba y vio que las estrellas brillaban a través del techo semiderruido. Quisiera dormir un poco más, pensó. Había tenido el mismo sueño de la, semana pasada y de nuevo despertó antes de llegar al final.
Se levantó y tomó un sorbo de vino. Después cogió el cayado yempezó a despertar a las ovejas que todavía dormían. Se había fijado en que cuando despertaba, también empezaban a despertar la mayor parte de los animales. Como si hubiese alguna misteriosa energía que uniese su vida a la vida de las ovejas que desde hacía dos años recorrían con é1 la tierra en busca de agua y alimento. Ya se han acostumbrado tanto a mí, dijo en voz baja, que conocen mis horarios. Reflexionó un momento y pensó que tambié:n podía ser cierto lo contrario: que se hubiese acostumbrado é1 a los horarios de las ovejas.
Sin embargo, había a1gunas ovejas que tardaban más en levantarse. El muchacho fue despertándolas una tras otra con el cayado, llamando a cada una por su nombre. Siempre creyó que las ovejas eran capaces de entender lo que les decía. Por esto solía leer para ellas los pasajes de libros que le habían impresionado o hablarles de la soledad y de la alegría de un pastor en el campo, o comentarles las últimas novedades que veía en las ciudades por donde solía pasar.
No obstante, en los ú1timos dos días, el asunto que le preocupaba había sido solamente uno: una muchacha, hija de un comerciante que habitaba en la ciudad adonde iba é1 a llegar dentro de cuatro días. Só1o había estado allí una vez, el año anterior. El comerciante era dueño de una tienda de tejidos y le gustaba siempre ver trasquilar las ovejas en su presencia para evitar falsificaciones. Un amigo suyo le había indicado la tienda y el pastor llevó allá: sus ovejas. Necesito vender algo de lana -dijo el. pastor al comerciante. La tienda del hombre estaba llena, y el comerciante rogó al pastor que esperase hasta el. atardecer. El muchacho se sentó en el pavimento de la tienda, y sacó un libro, de la alforja. No sabía que los pastores fuerais capaces de leer libros -dijo una voz femenina a su lado. Era una moza típica de la región de Andalucía, con su negra cabellera, y los ojos que recordaban vagamente los antiguos conquistadores moros.
-Es porque las ovejas enseñan más que los libros -respondió el muchacho. Estuvieron conversando más de dos horas. Ella le contó que era hija del comerciante, y hab1ó de la vida en la aldea, donde cada día era igual que el otro. El pastor hab1ó de los campos de Andalucía, de las últimas novedades que vio en las ciudades que había visitado. Estaba contento de no tener que conversar siempre con las ovejas. ¿Cómo aprendiste a leer? -preguntó la muchacha en cierto momento. Como todas las demás personas -respondió el muchacho-. En la escuela.
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