Mis pedazos rotos: Sanando las heridas del abuso sexual a través de la fé, la familia y el amor
Por ser la más pequeña de los Rivera, Rosie estuvo rodeada de amor incondicional, apoyo y afecto, y no había nada que su familia no habría hecho por ella, en particular su hermana Jenni, quien, para Rosie, era lo más importante en el mundo. Con una fuerte voluntad y principios sólidos, Rosie estaba lista para conquistar el mundo. 

Sin embargo, su vida daría un vuelco drástico cuando Rosie fue marcada por el abuso sexual del que fue objeto dentro de su familia a una muy temprana edad. Viviendo con miedo y oprimida por secretos dolorosos, estuvo agobiada por amenazas constantes, confusión y dolor. No sólo le fue arrebatada su infancia, sino también su confianza y su autoestima. Sintiéndose completamente hecha pedazos y perdida, Rosie se hundió en un mundo de hábitos destructivos y en una profunda depresión.

Por primera vez y con inquebrantable franqueza y valentía, Rosie comparte los traumáticos detalles de los abusos que sufrió, de su lucha diaria para salir adelante y de cómo gracias al cariño de su familia encontró, una vez más, el amor. Pero aún así, poco después la vida de Rosie sería duramente impactada otra vez cuando fue sacudida por la peor tragedia que podría haber imaginado y su más mayor miedo se hizo realidad: la muerte de su amada hermana.

En la misma medida desgarradora y edificante, la historia de Rosie constituye un testimonio verídico sobre la superación de la adversidad y una muestra de que a pesar de vivir los peores momentos posibles y sin importar cuántos retos se presenten en la vida, es siempre posible sobreponerse a las desgracias y encontrar la fuerza y la voluntad necesarias para soñar y vivir nuevamente.


CON FOTOGRAFÍAS

Prólogo de Mryka Dellanos.



From the Trade Paperback edition.
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Mis pedazos rotos: Sanando las heridas del abuso sexual a través de la fé, la familia y el amor
Por ser la más pequeña de los Rivera, Rosie estuvo rodeada de amor incondicional, apoyo y afecto, y no había nada que su familia no habría hecho por ella, en particular su hermana Jenni, quien, para Rosie, era lo más importante en el mundo. Con una fuerte voluntad y principios sólidos, Rosie estaba lista para conquistar el mundo. 

Sin embargo, su vida daría un vuelco drástico cuando Rosie fue marcada por el abuso sexual del que fue objeto dentro de su familia a una muy temprana edad. Viviendo con miedo y oprimida por secretos dolorosos, estuvo agobiada por amenazas constantes, confusión y dolor. No sólo le fue arrebatada su infancia, sino también su confianza y su autoestima. Sintiéndose completamente hecha pedazos y perdida, Rosie se hundió en un mundo de hábitos destructivos y en una profunda depresión.

Por primera vez y con inquebrantable franqueza y valentía, Rosie comparte los traumáticos detalles de los abusos que sufrió, de su lucha diaria para salir adelante y de cómo gracias al cariño de su familia encontró, una vez más, el amor. Pero aún así, poco después la vida de Rosie sería duramente impactada otra vez cuando fue sacudida por la peor tragedia que podría haber imaginado y su más mayor miedo se hizo realidad: la muerte de su amada hermana.

En la misma medida desgarradora y edificante, la historia de Rosie constituye un testimonio verídico sobre la superación de la adversidad y una muestra de que a pesar de vivir los peores momentos posibles y sin importar cuántos retos se presenten en la vida, es siempre posible sobreponerse a las desgracias y encontrar la fuerza y la voluntad necesarias para soñar y vivir nuevamente.


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Mis pedazos rotos: Sanando las heridas del abuso sexual a través de la fé, la familia y el amor

Mis pedazos rotos: Sanando las heridas del abuso sexual a través de la fé, la familia y el amor

by Rosie Rivera
Mis pedazos rotos: Sanando las heridas del abuso sexual a través de la fé, la familia y el amor

Mis pedazos rotos: Sanando las heridas del abuso sexual a través de la fé, la familia y el amor

by Rosie Rivera

eBook

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Overview

Por ser la más pequeña de los Rivera, Rosie estuvo rodeada de amor incondicional, apoyo y afecto, y no había nada que su familia no habría hecho por ella, en particular su hermana Jenni, quien, para Rosie, era lo más importante en el mundo. Con una fuerte voluntad y principios sólidos, Rosie estaba lista para conquistar el mundo. 

Sin embargo, su vida daría un vuelco drástico cuando Rosie fue marcada por el abuso sexual del que fue objeto dentro de su familia a una muy temprana edad. Viviendo con miedo y oprimida por secretos dolorosos, estuvo agobiada por amenazas constantes, confusión y dolor. No sólo le fue arrebatada su infancia, sino también su confianza y su autoestima. Sintiéndose completamente hecha pedazos y perdida, Rosie se hundió en un mundo de hábitos destructivos y en una profunda depresión.

Por primera vez y con inquebrantable franqueza y valentía, Rosie comparte los traumáticos detalles de los abusos que sufrió, de su lucha diaria para salir adelante y de cómo gracias al cariño de su familia encontró, una vez más, el amor. Pero aún así, poco después la vida de Rosie sería duramente impactada otra vez cuando fue sacudida por la peor tragedia que podría haber imaginado y su más mayor miedo se hizo realidad: la muerte de su amada hermana.

En la misma medida desgarradora y edificante, la historia de Rosie constituye un testimonio verídico sobre la superación de la adversidad y una muestra de que a pesar de vivir los peores momentos posibles y sin importar cuántos retos se presenten en la vida, es siempre posible sobreponerse a las desgracias y encontrar la fuerza y la voluntad necesarias para soñar y vivir nuevamente.


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Prólogo de Mryka Dellanos.



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Product Details

ISBN-13: 9781101991091
Publisher: Penguin Publishing Group
Publication date: 02/02/2016
Sold by: Penguin Group
Format: eBook
Pages: 288
File size: 8 MB
Language: Spanish

About the Author

Rosie Rivera es la hermana menor de la legendaria cantante Jenni Rivera. Rosie participó con su hermana en el reality show I Love Jenni en Mun2, el canal en español de MTV. Por derecho propio, Rosie es una de las celebridades más buscadas entre la comunidad latina y es invitada frecuente de programas como Despierta América y Primer Impacto. Ahora cuenta con su propio programa de telerrealidad: Rica, Famosa, Latina. Vive en Los Ángeles.


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Read an Excerpt

introducción

Desde que era una niña, sabía que no quería entrar al mundo del espectáculo. Como era una Rivera, eso es lo que todos esperaban de mí, pero yo sabía que tenía otros planes. Cada vez que mi padre me sentaba en su regazo en la mañana y me preguntaba qué querría ser cuando fuera grande, yo le decía que quería ser maes- tra, escritora o astronauta... pero nunca me pasó por la mente ser artista. Eso era lo que hacían mis talentosos hermanos y hermana, pero yo no. Yo iba a ser tan grande como ellos, pero a mi manera, ya fuera viajando a la luna o escribiendo un libro.

Sin embargo, todo cambió el verano en que cumplí ocho años. Aunque yo estaba segura todavía de que no quería ser artista, mis propios sueños se vieron truncados. El abuso sexual que sufrí, y que mantuve en secreto durante tantos años, me carcomió el alma, y no pasó mucho tiempo antes de que perdiera toda mi autoestima. El mundo ancho y hermoso que alguna vez había soñado conquis- tar, se derrumbó de repente y mi universo se hizo oscuro y empecé a creer, en lo más profundo de mi corazón, que realmente yo no tenía ningún valor. Todos mis sueños se vieron interrumpidos y la inocencia de una infancia dorada, rodeada de mucho amor y afecto, se tornó oscura.

Durante muchos años, me despertaba cada mañana con la es- peranza de que ese día fuera el último, todo lo que podía ver a mi alrededor era un pozo infinito de dolor, y sin importar lo mucho que lo intentara, no podía imaginar una vida más allá del día que tenía enfrente. Viví dieciocho años así, y podría haber seguido en esta situación durante muchos más si no hubiera sido por un des- cubrimiento simple que cambió mi vida.

La primera vez que le dije a Chay que quería escribir un libro, ella comentó “Sí, hermana, ¡hazlo! ¡Será genial! ¡Tu libro inspirará a muchas personas!”. Mi hermana mayor me animó desde el prin- cipio y, aunque yo sabía que tenía que hacerlo, el proceso no fue fácil. Tuve que volver a vivir y a enfrentar muchos momentos difí- ciles de mi pasado, aunque al hacerlo descubrí una lección muy importante: que si no conoces tu propia historia, si no eres dueño de ella, nunca serás capaz de sanar. Contar mi historia aquí me ha ayudado a entender esas partes de mí en las que no había pensado nunca, y realmente espero que si estás teniendo alguna dificultad en tu vida, estas páginas puedan ayudarte a entender que no eres una causa perdida y que no estás sola. Dios te ama, y esa es la bendición más grande de todas.

Para poder contar mi historia, tenía que entenderla primero, y si no hubiera sido por la guía y la mano firme de Dios, nunca ha- bría sido lo suficientemente valiente para compartirla en estas pá- ginas. Pero por más vulnerable y expuesta que yo me sintiera al consignar esto por escrito, sé que hay un bien supremo, y lo que más me importa actualmente es ayudar a otras personas que han sufrido de abuso sexual. Porque no importa qué tan perdida te sientas o lo angustiada que estés, siempre hay una esperanza. Y el amor de Dios está ahí para recordarte que eres la persona más bella e importante en el mundo.

Oro para que lo que estás a punto de leer te dé fuerzas para saber que, sin importar lo que pase, siempre hay esperanzas. Este libro no trata sólo de lo que es ser una sobreviviente, sino de vivir una vida más rica, plena y feliz.

Es por eso que quiero decirles a todos ustedes: Si lo único que tienen son partes rotas, entréguenselas a Dios. Él puede componer- las, curarlas y utilizarlas para bien. Él quiere esas partes rotas que ustedes piensan que el mundo entero ha rechazado. Y no importa lo perdidos o rotos que se sientan, estoy aquí para decirles que esas partes de la vida se pueden reparar y restaurar.


uno 
en busca de una salida

Era un sábado por la noche y yo estaba en casa de mi hermano Lupe tomando un tequila tras otro. Lo había estado haciendo desde que me levanté esa mañana y como todos los fines de semana, me es- taba lamentando de ser yo misma. Acababa de abandonar la es- cuela de leyes, estaba siendo una madre terrible, fracasando en mi trabajo como agente de bienes raíces y por si fuera poco, estaba casada con un hombre abusivo. Mis hermanos y hermana viajaban por el mundo, tomándoselo por asalto mientras yo desperdiciaba mi vida fumando y bebiendo en clubes de mala muerte, esperando que el sol nunca saliera para no tener que enfrentar otro día. Mi familia era lo mejor que cualquiera pudiera pedir, pero por alguna razón eso no era suficiente. Todo lo que podía pensar es que era un completo fracaso y no lograba ver cómo podrían mejorar las cosas. Estaba atrapada.

Me tomé otro shot de tequila y miré fijamente a la pared. Es- taba tocando fondo: no solo estaba triste y deprimida. Me encon- traba en un punto en el que físicamente no podía soportar estar más en el mundo. Todo el tiempo me dolía la cabeza de tanto pensar, y también el cuerpo; a todas horas me sentía como si me acabaran de dar una paliza. No sólo no quería vivir más, era que no podía. Había estado viviendo con ganas de morirme durante todo el tiempo que podía recordar, pero esa noche algo hizo clic en mi interior y, finalmente, decidí tomar medidas. Decidí que te- nía que terminar con mi vida de una vez por todas. Ya no me im- portaba nada, ni mis padres amorosos, ni mi hermana o mis hermanos. Ni siquiera mi hija Kassey, quien tenía dos años en ese momento. Había sido una poderosa razón para seguir con vida desde que había nacido, pero esa noche ni siquiera el hecho de pensar en ella me bastó para mantenerme a flote. Temía fallarle y pensaba que probablemente estaría mejor sin mí.

Sentí que me estaba derrumbando y entonces le marqué a mi hermano Juan. Juan es el más cercano a mí en edad, y si hay una persona en el mundo que yo sé que siempre estará a mi lado, es él. Pero en cuanto contestó el teléfono, me di cuenta por el ruido de fondo que estaba ocupado.

—Hermana, ¿puedo llamarte en una hora? Estoy a punto de subir al escenario —dijo.

—Sí, claro —le respondí, intentando sonar tranquila.

Es obvio que no tiene tiempo para mí, pensé, revolcándome en mi autocompasión. ¿Por qué habría de tenerlo?

Luego intenté llamar a Lupe, otro de mis hermanos, pero pro- bablemente también estaba en el escenario porque su teléfono se fue directamente al correo de voz. Así que finalmente decidí mar- carle a mi hermana Chay: sin importar por lo que yo estuviera pasando, mi hermana nunca me juzgaba o me hacía sentir como algo menos que una guerrera. Ella me sacaría de esta. Yo necesi- taba con urgencia verme a través de sus ojos y creer que todas las cosas buenas que ella pensaba de mí eran ciertas.

—Hola, hermana, ¿cómo estás? —le pregunté, haciendo mi mejor esfuerzo para ocultar las lágrimas en mi voz. Pero era impo- sible esconderle un secreto a Chay. Ella supo de inmediato que algo estaba pasando.

—No llores, hermana —me dijo con su dulce voz—. ¿Puedo llamarte en un par de horas? Estoy a punto de empezar un show. Te prometo que te llamaré en cuanto baje del escenario.

Colgué el teléfono pensando que dos horas eran una eternidad. Se me hacía imposible aguantar tanto tiempo. Me dolía cada cé- lula de mi ser y ninguna cantidad de tequila o de drogas iba a calmar mi dolor.

Necesitaba dejar de sentir.No era la primera vez que se me había cruzado la idea de suici- darme. Intenté cortarme las venas cuando tenía dieciséis años y todavía estaba lidiando con los efectos de lo que me había hecho Trino. Pero apenas vi las primeras gotas de sangre en mi brazo dejé de ser tan valiente y me abalancé sobre el botiquín para buscar una venda. Tal vez se debía en parte a que si de veras me enfrentaba a la realidad, no quería matarme. Pero más que eso, no quería ofen- der a Dios. A pesar de que en ese momento yo no estaba viviendo una vida cristiana, me aterrorizaba el riesgo de irme al infierno. Sin importar todo el dolor que sentía en ese momento, yo sabía que suicidarse significaba pasar una eternidad en el infierno, y no es- taba dispuesta a arriesgarme a eso.

Sin embargo, durante esos años, la muerte siempre estuvo en mi mente. A mis veinticinco años, yo era una madre soltera, mi marido abusaba de mí desde hacía tres meses, y me sentía más sola que nadie en el mundo. Iba por la vida como una llaga en carne viva, esperando que algo o alguien me diera el golpe de gracia. Mi vida no valía nada, por más que mi familia intentara convencerme de lo contrario. Quería que me pasara algo, quería ponerme en peligro y acabar de una vez con mi vida. Todos los fines de semana tomaba hasta perder conocimiento, usaba grandes cantidades de éxtasis y me acostaba con cualquier tipo que me encontrara en un bar, sin nunca usar protección. En mi mente retorcida, llegué al extremo de esperar que me diera SIDA.

Pero nunca pasó nada.

Ahora, mientras bebía sola en la casa de mi hermano, de al- guna manera le perdí miedo al infierno. Estaba convencida de ser invisible para Dios. Sabía que Él existía, estaba segura de que Él existía, pero me ignoraba, era obvio que no le importaba. ¿Por qué si no había permitido que yo cayera tan bajo? Mi sensación siem- pre fue de que mi vida era un infierno y pensé que el infierno al que Dios me iba a mandar no podía ser peor que este. Sin embargo, no era capaz de quitarme la vida, y más me valía encontrar a alguien que lo hiciera por mí. Así que se me ocurrió un plan.

Caminaría desde la casa de Lupe en Playa del Rey hacia el Sur Central de Los Ángeles, un barrio conocido por ser una de las zonas con más alto índice de criminalidad en el país. Todo tenía sentido en mi borrachera mental: en el tiempo que me tomaría lle- gar allá, tenía que haber por lo menos un degenerado dispuesto a violarme y matarme. Era imposible tener tanta suerte.

A eso de las 2:30 a.m., comencé a caminar hacia el norte por Lin- coln Blvd. Tenía una mini falda negra ajustada y un top colorido y revelador que seguramente llamaría la atención. Pero en el mo- mento en que llegué a la Universidad Loyola —casi media hora después— ni una sola alma se había fijado en mí. Había muchos carros en la calle, pero nadie se detuvo para siquiera echarme un vistazo. Aunque tenía muchas ganas de morirme en ese momento, una parte de mí esperaba también que alguien se detuviera a hablar conmigo. Sin embargo, no estaba logrando nada. Todo parecía indicar que no sólo era invisible para Dios, sino también para toda la humanidad. ¿Acaso era así de indeseable? Acababa de perder peso, me había hecho cirugía plástica en el torso, y me veía mejor que en muchos años. ¿Por qué entonces nadie se fijaba en mí?

Necesitaba llamar la atención de alguien a como diera lugar, y si no lo lograba vagando como una loca por la calle, entonces ne- cesitaba dar más de mí. Me quité la mitad del top y me alcé la falda aún más. La temperatura era baja y sentí cómo me envolvía el viento frío de Marina del Rey. Me quité los tacones, pero ni si- quiera sentía las piedras de aquel cemento frío bajo mis pies. Si tan sólo mi corazón estuviera tan insensible como mis pies.

Lo único que podía oír era el silencio. Ni un solo carro me tocó el claxon, ni una sola persona se detuvo para preguntarme si ne- cesitaba ayuda. Sólo estaban el silencio y el zumbido de los autos que iban a toda velocidad. Era como si yo fuera la única alma en el mundo con una oscuridad absoluta alrededor de mí, confir- mando todo aquello que sentía en mi corazón. Recuerdo que miré las estrellas y grité: “¡Dios! ¿Por qué no te deshaces de mí? ¿Por qué? Permitiste que me pasaran todo tipo de cosas horribles en mi vida, ¿por qué entonces no dejas que me vaya?”.

Apenas tenía veinticinco años, pero me sentía como si hubiera vivido cien.

“Por favor, Dios”, supliqué, mi cara cubierta de lágrimas. “Si acaso te importo algo, te ruego por amor que me quites la vida”.

Pero una vez más, no pasó nada.

Habían transcurrido unas pocas horas desde que había bebido por última vez. Mi nivel de alcohol había disminuido y estaba re- cuperando algunos de mis sentidos, pero no lo suficiente como para disuadirme de mi plan. Me dolían los pies y estaba empezando a temblar, pero estaba desesperada por encontrar una sa- lida. Seguí caminando por la calle mientras pensaba en cómo terminar con mi vida.

El sol aún no había salido cuando finalmente decidí acostarme en la calle a un lado de la banqueta. Recuerdo que pensé: “Me acostaré aquí y me quedaré dormida. Tal vez algún borracho pase a toda velocidad por esta calle, no vea mi cuerpo y me atropelle sin que yo me dé cuenta de nada”. Más que el hecho de morir, me daba miedo el dolor y esto garantizaba que todo acabaría rápido. “¿Ya ves, Dios?”, me dije. “No te necesito. Puedo encargarme de esto”.

Agotada, apoyé mi cabeza en la banqueta y caí en un sueño profundo.

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