The Lobo Connection
After losing the love of his life to drug dealers, Matt decides to seek revenge and take on the Mexican drug cartel single handily. His background in police work aids him in the ins and outs of their daily workings within the cartel. With the information he gained from the police department, will Matt be able to pull it off? Listen as Matt seeks revenge on those that took his beloved and if he's able to do enough damage to put the drug cartel out of business, forever.
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The Lobo Connection
After losing the love of his life to drug dealers, Matt decides to seek revenge and take on the Mexican drug cartel single handily. His background in police work aids him in the ins and outs of their daily workings within the cartel. With the information he gained from the police department, will Matt be able to pull it off? Listen as Matt seeks revenge on those that took his beloved and if he's able to do enough damage to put the drug cartel out of business, forever.
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The Lobo Connection

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by Chet Cunningham
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Overview

After losing the love of his life to drug dealers, Matt decides to seek revenge and take on the Mexican drug cartel single handily. His background in police work aids him in the ins and outs of their daily workings within the cartel. With the information he gained from the police department, will Matt be able to pull it off? Listen as Matt seeks revenge on those that took his beloved and if he's able to do enough damage to put the drug cartel out of business, forever.

Product Details

BN ID: 2940171709457
Publisher: Books in Motion
Publication date: 11/15/2019
Series: Scream , #4
Edition description: Unabridged

Read an Excerpt

La Tormenta Interior

Cambia el caos de cómo te sientes por la verdad de quién eres


By Sheila Walsh, Graciela Lelli

Grupo Nelson

Copyright © 2014 Grupo Nelson
All rights reserved.
ISBN: 978-0-529-10043-6



CHAPTER 1

Cuando un tsunami golpea el corazón

De la angustia a la fortaleza

¡Es tan misterioso el país de las lágrimas!

—Antoine de Saint-Exupery, El principito

El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido. Muchas son las angustias del justo, pero el Señor lo librará de todas ellas. —Salmos 34.18–19


Soy una fanática flagrante del fútbol.

Y para mis amigos británicos, no estoy hablando aquí de ese excelente y glorioso deporte del soccer, sino más bien de esa competencia exclusivamente estadounidense que permite a hombres gigantes con mucho relleno ser golpeados por el equivalente a un toro gigantesco con esteroides, el fútbol americano.

No me importa decir que me tomó bastante tiempo averiguarlo.

El fútbol americano, que constituye un torbellino de reglas confusas, no es un deporte fácil de entender si no creces con él. Cuando vivía en Virginia Beach, Virginia, algunos amigos me pidieron un par de veces que los acompañara a Washington, DC, a ver algunos partidos de los Redskins ... y después me exigieron que me quedara en casa o dejara de hacer tantas preguntas.

Gran parte de ese deporte me parecía incomprensible. ¿Por qué, por ejemplo, cuando un grupo de hombres parece estar haciendo una excelente labor para hacer avanzar el partido, tiene que dirigirse a los bancos y dejar que otro grupo siga y haga algo mal? ¿Qué es exactamente un «down» u oportunidad, y cuándo sabes que lo has conseguido y si estás en el lugar correcto? ¿Por qué los entrenadores lanzan un pañuelo al campo si no se sienten felices con un reclamo? ¡Siempre he creído que cuando no estás feliz es precisamente cuando más necesitas tu pañuelo!

Sin embargo, todo cambió para mí cuando William, mi suegro, llegó a vivir con nosotros. Su presencia paciente y sabia en nuestro hogar me dio la clave, un camino a través del laberinto de reglas hacia la tierra mágica que yace exactamente más allá del entendimiento británico. Cada lunes por la noche William y yo nos sentábamos uno al lado del otro y él me explicaba la competencia semanal de la NFL y valientemente contestaba mi avalancha de preguntas.

«¿Qué es un primer down?».

«¿Por qué ese no fue un touchdown?».

«¿Por qué usan tanta ropa de licra?».

William tenía paciencia y un conocimiento sin fin, así que durante los dos años que vivió con nosotros antes de su muerte me transmitió sus ideas. El último gran partido que vimos juntos fue entre los Rams [carneros] de St. Louis y los Titans [titanes] de Tennessee en el Super Bowl XXXIV, un formidable juego para nosotros dos. En esa época vivíamos en Nashville, así que nuestro equipo, los Titans, había llegado a la etapa más grande de todas: ¡el Santo Grial de los deportes estadounidenses! Antes del partido investigué un poco y descubrí que los Rams no habían ganado un Super Bowl desde 1952. Ese solo hecho nos dio más que una simple confianza ... nos proporcionó una confianza insuperable.

Desde entonces, el partido ha pasado a la historia deportiva como un clásico, pero no por las razones que yo había esperado.

William revisó la televisión en la sala de estar para asegurarse de que pareciera tecnológicamente sana (él tenía otro de reserva en la cocina). Preparé los bocadillos necesarios. Y entonces llegó el gran momento. Nos sentamos con la mirada fija en el aparato, hipnotizados por cada jugada. En el medio tiempo los Rams ganaban 9-0, pero no nos preocupamos. ¡Eso es menos que un touchdown y un gol de campo!

«No te preocupes papá», dije. «Se nos conoce como un equipo del segundo tiempo».

La segunda mitad nos dejó sin aliento. Los equipos cambiaron las puntuaciones, pero los Titans se acercaban más. Quedaban seis segundos de juego, los Rams aún ganaban por un touchdown, los Titans tenían el balón. Seis segundos quizás no parezcan mucho, pero en el fútbol americano es tiempo suficiente para la clase de milagro por el que todo fanático radical del deporte ora con gran fervor. Los Titans se colocaron en la línea de diez yardas. Steve McNair le lanzó el balón a Kevin Dyson en la línea de una yarda. La victoria parecía tan cerca que podía oler los fuegos artificiales ... hasta que ocurrió lo inimaginable. Mike Jones, el defensor de línea de los Rams, tacleó a Dyson y lo derribó justo antes de la línea de gol. Dyson se estiró hacia la línea, yo chillé como un mico, como si de alguna manera eso lo hiciera avanzar. Sin embargo, no obtuvo resultado. Jones había envuelto sus protuberantes brazos alrededor de Dyson como una boa de dos toneladas.

Los partidarios de los Rams estallaron de júbilo en todo el Georgia Dome, mientras William y yo permanecíamos en silenciosa perplejidad. Nunca olvidaré el momento ni la mirada en el rostro de mi suegro cuando se volvió hacia mí y con toda la angustia de un actor shakesperiano manifestó: «Acabas de presenciar uno de los momentos más dolorosos de la historia».

Ahora sonrío al recordar el drama de nuestra desilusión; sin embargo, también debo reconocer cuán a menudo empleamos la palabra doloroso en nuestra cultura para describir circunstancias completamente distintas. La usamos para cosas que resultan triviales.

• Es doloroso que tu perro se comiera tus zapatos favoritos.

• Es doloroso que hayan descontinuado tu matiz favorito de lápiz labial.

• Es doloroso que mataran a tu personaje favorito en una serie de televisión que transmitieron por mucho tiempo.


Nuestra cultura abusa gravemente de la palabra doloroso. Esto se ha vuelto tan común como la lluvia en Seattle o que un político se retracte. No obstante, la realidad es que el dolor es profundo y real, y a menudo tan inesperado como una tormenta que llega sin advertencia alguna.

Experimentamos eso el 20 de mayo de 2013, cuando un tornado tipo F5 afectó Moore, Oklahoma, dejando una estela de muerte y destrucción a su paso. Este tornado, de alrededor de dos kilómetros de anchura, permaneció en tierra durante casi treinta y nueve minutos, algo sin precedentes. Esos treinta y nueve minutos cambiaron la vida de muchos. Veintitrés personas murieron ese día; siete de ellas eran niños de tercer grado, y 377 resultaron heridas. Al amanecer del día siguiente comenzamos a ver las imágenes de calles borradas del mapa, montañas de escombros, juguetes lanzados hacia los árboles ... la única señal de que allí vivieron familias alguna vez.

Mi primera reacción fue caer de rodillas y orar, clamando la promesa del salmista David para aquellos cuyos corazones y vidas quedaron devastados: «El Señor está cerca de los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu abatido» (Salmos 34.18).

Un equipo de voluntarias de Women of Faith [Mujeres de fe] se unió al asombroso ministerio Samaritan's Purse [La bolsa del samaritano], una agencia internacional de socorro, y conducimos hasta Moore para unirnos a las cuadrillas de limpieza. Aunque había observado por televisión una gran cobertura de la tragedia, nada me preparó para lo que vi ese día. Parecía como si alguien hubiera dejado caer una bomba atómica. Filas enteras de casas quedaron totalmente destruidas. Nuestra labor era limpiar los escombros ladrillo a ladrillo, y orar que de algún modo encontráramos aquellos artículos que nunca se pueden reemplazar para las familias que una vez llamaran «hogar» a estos montones de escombros.

Elizabeth nos pidió ayuda a fin de encontrar las joyas de su madre. Colaboramos con el padre de un veterano del ejército en la búsqueda de las medallas de su hijo. (Hallamos dos.) Una y otra vez oímos la misma palabra: irrecuperable. El moho, el asbesto o el barro hacían casi imposible salvar algo. Aquello era la imagen dolorosa de la devastación total. Al final del día tuvimos el privilegio de pasar un poco de tiempo con uno de los hombres que lo había perdido todo. Samaritan's Purse le obsequió una Biblia que todos los voluntarios habíamos firmado y oramos por él. Fuimos allí para servir a este hombre y otras personas que resultaron afectadas por la tormenta, pero fue él quien nos dio un profundo regalo.

El hombre nos contó que solo unas pocas semanas antes de que el tornado arrasara con todo había estado en el parque temático Six Flags en Texas con algunos de los alumnos de tercer grado de su grupo de jóvenes. En el auto camino a casa, habló con los chicos acerca del día que habían pasado juntos, y la conversación finalmente se centró en la fe en Cristo. Uno de los muchachos dejó muy en claro que la semana anterior había puesto su fe en Jesús y nada podía socavarla. Este chico fue uno de los siete alumnos de tercer grado que perdieron la vida en el tornado.

Mientras formábamos un círculo y orábamos con las lágrimas descendiendo por nuestros sucios rostros, le agradecimos a Dios por la verdad de que aunque la tierra se había estremecido ese día en Moore, este muchacho había pasado de los brazos de una familia que lo amaba a los brazos de un Padre que lo recibió en casa. Luego oramos por las familias de aquellos siete niños, porque a causa de lo sucedido las vidas que habían conocido eran ahora irreconocibles. El significado básico de doloroso indica una pérdida inimaginable.


Infinitamente más que un juego

Mientras recorría los canales de televisión esta mañana durante el desayuno, me detuve en una historia noticiosa que describía un accidente automovilístico. Una mujer joven se dirigía a casa con su bebé atado a la silla de seguridad en la parte trasera del auto, cuando de repente un camión con remolque descontrolado se estrelló contra la parte posterior del automóvil, matando al niño en el impacto. El titular noticioso describía la «historia local dolorosa de última hora».

La tragedia me horrorizó; el término dolorosa casi no me pareció lo suficiente fuerte. Hemos devaluado dicha palabra al lanzarla por ahí de forma casual, empleándola para describir cosas que ni siquiera se pueden comparar. ¿Cómo podemos usarla para describir un partido de fútbol, y después darnos la vuelta y aplicar la misma palabra a la devastadora pérdida de un hijo?

Tal vez hayas tenido una experiencia igual. Te has esforzado por encontrar palabras que describan de manera adecuada la profundidad de tu propio momento doloroso.

• Es doloroso que tu hijo se haya desviado de la fe.

• Es doloroso que tu esposo quiera divorciarse.

• Es doloroso que los médicos le hayan diagnosticado a tu hijo una enfermedad terminal.


De algún modo esa palabra de cuatro sílabas parece terriblemente débil, y ni siquiera empieza a captar el sufrimiento. Tal clase de agonía cambia el panorama de tu corazón.

El invierno del año 2012 registró cantidades enormes de nieve que cubrían ciudades a lo largo de la Costa Este. Comunidades enteras estaban irreconocibles debajo de estas implacables y heladas capas, y un periodista declaró: «La vida normal se vio abrumada por la naturaleza». Abrumada es una palabra fuerte que encaja muy bien en el vocabulario de lo doloroso. Da la idea de algo fuera de control. Como mujeres nos es difícil aceptar la realidad de que a menudo somos indefensas. Queremos cambiar una situación dañina, hacer algo para ayudar, proteger, mitigar. Sin embargo, nos llegan épocas en que no podemos hacer nada. Absolutamente nada. En tales momentos nos doblega entonces la tristeza y sentimos que no vamos a sobrevivir.


Las cartas sobre mi escritorio

Tengo sobre mi escritorio y en mi computadora cartas que revelan nuestro sufrimiento, cada una de las cuales cuenta una historia de desamor.

«Mi esposo nos abandonó a nuestros tres hijos y a mí. ¿Qué les digo? Están destrozados».

«Mi hijo se encuentra en prisión. Hice todo lo que podía hacer. Lo crié en la iglesia. Mi corazón está desgarrado».

«El cáncer de mi hija ha regresado. Ella ha sufrido mucho, y justo cuando creíamos que se había salvado, el mal regresó. ¿Por qué Dios permite tal angustia?».


Estas son preguntas devastadoras. La expresión estar abrumada no parece captar siquiera lo que está en la superficie de este gran dolor, así que cavemos más profundo.

Abrumadora tristeza o dolor > profundamente afligido.

Abrumar: agobiar con un peso grave. Producir tedio o hastío. Producir asombro o admiración (RAE).

Molestar, apurar a una persona por exceso de alabanzas, atenciones o burlas (WordReference.com).


Si alguna vez has atravesado una tormenta personal en la que te encontraste diciendo: «No voy a poder superar esto», tu espíritu resonará con las siguientes palabras.

Agobiada

Aplastada

Dolor violento


El componente del dolor en medio de la angustia puede llevar a un terrible aislamiento. He leído que cuando una pareja pierde a un hijo, con frecuencia el sufrimiento actúa más como una brecha que los separa que como un pegamento que los une. Eso tiende a ser cierto tanto para los matrimonios cristianos como para los que no profesan su fe en Cristo. Todos tratamos con el sufrimiento de maneras distintas, pero cuando añadimos oración, esperanza y fe a la ecuación, al parecer en vano, fácilmente podemos permitir que nuestra aflicción nos lleve a rincones solitarios.

Se podría esperar que dentro de la comunidad de la fe se entendiera y honrara a la angustia más que en cualquier otro lugar. Sin embargo, he hablado con muchas mujeres que han revelado una experiencia muy diferente. Muchas han llegado a una conclusión más aleccionadora: en ocasiones, la iglesia no tiene idea de cómo manejar el dolor profundo y la angustia.

No hace mucho conocí a una mujer que había perdido a su hijo en un accidente fortuito. Pocos meses después contó en su grupo de estudio bíblico que algunas mañanas creía sinceramente que no podría soportar el dolor. Alguien se dio cuenta de su insinuación y declaró: «Solo recuerda este versículo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece"».

La afligida mujer se arriesgó y expresó su dolor, pero en lugar de que la oyeran y le dieran el espacio y la gracia para luchar, la acallaron mencionando un versículo con el que claramente ella no había cumplido. ¿Cómo podía pasar por alto la implicación de que si no eres fuerte, entonces no estás confiando en Cristo?

¡Qué extremadamente triste!

Dios no nos da su Palabra para usarla como un arma o algún tipo de tarjeta Hallmark que podamos pasar a través de la cerca y mantener cierta distancia. La Biblia es un arma, pero está diseñada para usarla contra nuestro enemigo, no contra nuestras hermanas. Está destinada a animar, no a dar respuestas fáciles en medio del dolor verdadero. El solo hecho de que algo sea verdad no quiere decir que lo debamos expresar en toda circunstancia. Poco después de su arresto, Jesús les dijo a sus sufridos discípulos: «Muchas cosas me quedan aún por decirles, que por ahora no podrían soportar» (Juan 16.12). Ellos realmente necesitaban oír ciertas verdades (que les ayudarían con el tiempo), pero oírlas en ese momento habría quebrantado sus espíritus. Así que Jesús permaneció callado.

¡Ojalá pudiéramos leer y aprovechar ese mensaje!

¿Hay algo peor que te lancen pasajes bíblicos al azar cuando estás herida? ¿Cómo podrías agarrarlos si apenas logras mantenerte de pie?

Me he sentado durante horas pensando en las muchas historias como esta que he escuchado, preguntándome: ¿por qué hacemos eso?

¿Por qué tratamos de «contener» o «arreglar» a quienes sufren?

¿Creemos que el sufrimiento es una vergüenza?

¿Nos sentimos personalmente ineficaces en nuestra fe si no podemos hacer que el dolor desaparezca?

¿Creemos que el poder y la bondad de Dios se menoscaban cuando una de sus hijas anda cojeando herida por ahí?

Cualquiera sea la razón, el dolor hace que nos sintamos más incómodas.

He hablado con mujeres que han sufrido un aborto y han escuchado a otras decirles: «Apresúrate y supera esto». Las personas parecen tener más habilidad para lidiar con una enfermedad aguda que con una condición crónica. Corta vida útil, está bien; situación continua, no tanto.

Hace algunos años conocí a una dama muy tierna que padece de una condición continua y crítica de salud. Me dijo que durante el primer año los que la rodeaban le preguntaban cómo le estaba yendo y se ofrecían a orar por ella. Sin embargo, al no verse resultados, perdió el apoyo en oración. No sé si sus amigas simplemente se cansaron de orar por lo mismo o creyeron que el prolongado sufrimiento podría indicar algún pecado igual de largo. Le di a la mujer mi número telefónico (algo que casi nunca hago) y le dije que me llamara cuando necesitara desahogarse y decir cosas que le harían erizar el cabello a mi madre. Todos necesitamos un lugar donde expresar lo peor que atormenta nuestras almas y aun así ser apoyados.


Cómo sobrellevar las cargas

La Biblia habla muy claramente de cómo los creyentes deben responder al dolor abrumador. Pablo escribió el conocido versículo: «Ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo» (Gálatas 6.2). Solo tres versos después escribió: «Porque cada uno llevará su propia carga» (v. 5, RVR60).

A primera vista podría parecer que estas declaraciones se contradicen, pero una mejor comprensión de las palabras griegas subyacentes aclara el problema. El término griego traducido cargas en el versículo 2 se refiere a aquello que se usaba para cargar un barco. En otras palabras, no se debería esperar que alguien llevara solo ese enorme peso. Por otra parte, el término traducido carga en el versículo 5 indica los paquetes pesados que todos tenemos que transportar a veces ... incómodos quizás, pero necesarios y manejables. Piensa en ello como la diferencia entre jalar una maleta con ruedas detrás de ti en un aeropuerto y tratar de empujar un piano de cola.

Pablo nos dice que cuando alguien atraviesa la clase de angustia que se siente asfixiante, agobiadora y pesada, el cuerpo de Cristo debe intervenir para ayudar a llevar el peso. Nadie debería tratar de llevar solo tal carga.


(Continues...)

Excerpted from La Tormenta Interior by Sheila Walsh, Graciela Lelli. Copyright © 2014 Grupo Nelson. Excerpted by permission of Grupo Nelson.
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